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Vivir la sinceridad con Dios

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  Hoy es Miércoles de Ceniza, con ello se inicia el tiempo litúrgico de la Cuaresma, un  itinerario de cuarenta días en el que se nos pide a los cristianos que revisemos nuestra vida y nuestra conciencia, y nos convirtamos, para adherirnos más al Señor. Quitémonos los pesos muertos de nuestra soberbia. No se trata de que me tengan que aguantar porque sea como soy. Se trata de que me mortifique, por ejemplo, sin gritar, sonriendo, siendo templada, que me frene, cada uno según su carácter y su temperamento. Si no es así, ofendo a Dios y a los demás. Hemos de hacer un examen de conciencia muy íntimo para conocernos de nuevo, para corregirnos de nuestras frivolidades y perezas, entre otras cosas. Y ese examen es tan íntimo como conversar con Dios, si a Él le hablamos viviremos la sinceridad, que es lo cuenta. Todo lo demás, esas excusas, lo echaremos por la borda, pues detrás de una excusa se esconde el diablo.

El amor al Papa

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  En nuestro camino de santidad tenemos unos amores muy importantes: Jesucristo, la Virgen Santísima y el Santo Padre. Amar al Papa es un querer de Cristo. Jesucristo creó la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, edificándola sobre Pedro, y le han seguido 268 Papas, hasta hoy. Sea quien sea quien ocupe la Cátedra Petrina hemos de procurar afecto y sintonía. Y afecto significa estar cerca de él, leer sus textos; conocer qué dice y qué hace.  No se trata de afectos sensibles, de que nos caiga bien o peor, o que sea más esto que lo otro, como católicos hemos de amar al Papa, y rezar mucho con él, sencillamente, no hay que darle más vueltas.

Poner buena cara, la Luz de Cristo ilumina siempre

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  Muchos hemos recibido la Luz de Cristo por medio de los Sacramentos. Pero en estos tiempos de pandemia de la enfermedad, del desempleo en crecimiento, de la pobreza imparable, de las discusiones que no llevan a ninguna parte sino a encrespar nuestros nervios, los que llevamos la Luz hemos de vigilar el acostumbrarse a estas fatalidades.  En nuestro modo de hablar, de escribir, incluso los mensajes de nuestra aplicación de mensajería (que ahora hay muchas) evitemos, por favor, la tentación al cansancio, al hartazgo y a la frivolidad, que en ella misma se esconde el egoísmo. Poner buena cara, la Luz de Cristo ilumina siempre, aunque cueste llevarla. Enseñemos a tener Paciencia. Pidámosla ¡No tengamos miedo! Vamos en la misma Barca con el Señor “Y si se ha dormido, le estiraremos del sayal para que nos escuche” .

Ciento por uno

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  Aquí no hay un cielo en la tierra, eso casi nunca, salvo en aquellos momentos en que nos sumamos al deleite de la Eucaristía que se alarga hasta la siguiente, si ponemos de nuestra parte. Cuando me levanto por la mañana y pienso qué mal está el mundo, es mejor pensar qué puedo hacer hoy de bien.  Mi fruto, rico y sabroso, al gusto de Dios, ha de comenzar a mi alrededor, aunque sea pequeño, mi hogar, mi familia, pero puedo ampliarlo y pensar que puedo dar hasta el ciento por uno, como nos dice el Evangelio. Y retengo de la homilía: ¡Desatascar el oído para oír en el interior, en tu alma!

La conversión constante

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  La fe de los labios, la fe de los demonios, se instaura en las personas que se autoproclaman cristianas sin serlo, pues la perspectiva de su camino no es Cristo sino quedar bien, cumplir unas normas, y decirse así mismos que son personas buenas, y que no hace falta nada más. Ciertamente somos vulnerables y caemos en tentaciones y debilidades humanas, esto es natural porque nacimos heridos. Por eso desde los ambones los sacerdotes en sus homilías nos invitan a convertirnos cada día, pues con nuestros decaimientos vamos de ala , es decir, quedas fuera. La conversión ha de ser de la mente y del corazón para dar luz en medio de los problemas y circunstancias que vivimos, pues la base de todo en nuestro actuar es Dios. Así que ¡a levantar la vista! para seguir el buen camino que Jesús nos explica en el Evangelio.

En el Santo Rosario, tres nuevas letanías a la Virgen

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La Virgen Santísima es la cristiana más querida por Dios en aquel momento en que fue elegida para la santa Encarnación de su Hijo único y unigénito. La Virgen supo corresponder siempre. Hemos de aprender a querer a la Virgen, y para ello hemos de darle la llave de nuestro corazón. A la Virgen se le pidió mucho y muy fuerte, y se le dio mucho. Supo estar en todo momento con Jesús, incluso al pie de la Cruz. Para dialogar con Ella, hemos de rezar el Santo Rosario. Con el rezo de las avemarías continuas nos acercamos a su Hijo, el Amado. Realmente es un arma poderosa. San Juan Pablo II decía que el rezo del rosario “Es un coloquio confidencial con la Virgen, entre Ella y yo, y queda entre nosotros”. San Juan Pablo II, en el texto Rosari Virginis del año 2002, añadió los misterios de la Luz y dos jaculatorias, Madre de la Iglesia y Madre de la Familia. Recientemente el santo padre Francisco ha añadido tres nuevas letanías: Madre de la Misericordia, Madre de la Esperanza

Con Cristo, la carga del devenir es más ligera

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Seguir a Cristo, nuestro modelo verdadero, ni modas ni cantantes, ni falsos profetas ni políticos de pro, sólo Él es el camino. Nos dice “Mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Se ha encarnado para que conociéramos al Padre. Ha venido a salvarnos, se abajó para aliviarnos en nuestros cansancios y agobios, “Y yo os daré la paz”. El Evangelio también hace referencia al cansancio interior, fruto de ese pecado capital y, muy común, de la soberbia, motivo por el cual nos alejamos de Dios porque nos creemos superiores a los demás, y lo peor, superior a Dios.  “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”.