Vivir la pobreza, ser desprendidos
Las entidades de crédito son las que más saben del aumento del gasto familiar en créditos para ir de viaje lo más lejos posible, o renovar el mobiliario a precio de ganga, aunque no se necesite, alquilar un bungalow a la vuelta de las vacaciones porque no te apetece volver al trabajo, hacer regalos extraordinarios con fin de semana romántico incluido sin corresponder a fechas destacadas, simplemente porque yo lo valgo y miles de ejemplos más. Y ya ha dado aviso el Banco de España de que muchos de estos créditos no se cobrarán.
El ambiente de gasto impropio, superfluo, excesivo,
inadecuado de nuestra clase política, la potente y sugestiva publicidad y el
buen márquetin de empresa nos desliza constantemente a vaciar la cartera, la
tarjeta de crédito pues nos entra hambre de gasto de forma repetible y
continuada. Es necesario ponerte un freno o límite personal. Pues el entorno no
lo va a hacer por ti.
Por ello, nos podemos proponer vivir la pobreza como virtud, como virtud cristiana, es decir, ser desprendidos de los bienes terrenos para estar más cerca de Dios. No se trata de que nuestro hogar sea un falso convento. O que nos vayamos a un monte y vivamos como ermitaños, y nos alimentemos a base de animalillos del bosque e insectos. Esta no es la propuesta para nuestro tiempo ni para los que vivimos en el mundo de hoy.
Vivir la pobreza como virtud cristiana significa no tener
más de lo que realmente se necesita ¿Cuántos televisores tengo en mi casa? ¿Apago
las luces de las habitaciones o estancias en que no hay nadie? ¿Tiro a la
basura habitualmente alimentos que compro y no consumimos en casa? ¿Se me
caducan los productos envasados y también tengo que tirarlos? ¿Mantengo
arregladas todas las conducciones de agua o de otros suministros para evitar
fugas y a la vez malgastar? ¿Cambio habitualmente de teléfono móvil para llevar
siempre el último modelo? ¿Cuántas veces vas al bar, restaurante, cafetería,
etc. en lugar de hacerlo en casa o por medio de fiambrera? ¿Comes y bebes hasta
hartarte?
Podríamos plantearnos muchas preguntas. Cada uno de la familia puede hacer también
este examen de conciencia y anotar en qué se puede mejorar. Por ejemplo, si ya
no te cabe ropa en el armario, zapatos, complementos, maletas, cinturones, etc.
hoy se pueden vender con cierta facilidad. El beneficio que obtengas lo ahorras
y un día vas a tu parroquia y lo entregas como donativo. O le haces una
transferencia a Cáritas. Con ello, además de ganar espacio en tu vida y en tu
corazón para poner a Dios, te sentirás aliviado.
En aquel
tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos amos, porque
odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no hará caso al
segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero.
Por eso
les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se
vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el
vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en
graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen
ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede
prolongar su vida siquiera un momento?
¿Y por
qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no
trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en todo el
esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la
hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho
más por ustedes, hombres de poca fe?
No se
inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos
vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero
el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por
consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas
cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque
el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus
propios problemas”.
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