Y la Vida Eterna, Amén

 El pasado lunes 4 de setiembre de 2023, la liturgia de la Palabra de la santa misa recogía un extracto de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (4,13-18) que dice así:

 No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues, si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.


Mientras escuchaba la lectura, mi mente se trasladó al mes de noviembre, mes especialmente dedicado por la Iglesia católica a los difuntos. Sin embargo, al salir del templo, con el exuberante sol que pegaba sin contemplación recordé las numerosas y recientes informaciones sobre las personas que habían sido fulminadas por un golpe de calor, que solo en este verano y en España ya son más de 2000; o más de 300 personas muertas por ahogamientos en entornos acuáticos; o más de 234 muertos por accidente de tráfico; por inundaciones 5 muertos., etc. etc.

Así que no ha sido este verano un periodo vacacional de terracitas y playitas para muchas familias españolas. Por ello, ese final del texto dice Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras, ya que realmente el consuelo verdadero está en Cristo, en su segunda venida que será la Resurrección de los muertos y la Vida Eterna, Amén.

Pero aquí seguimos en el mundo de los vivos y podemos dar consuelo a esas personas que han sufrido el desgarro natural que la muerte provoca en los que sobreviven al difunto, ahí está el acompañamiento familiar que debemos ejercer aunque cueste. En definitiva, consolar al triste es una obra de misericordia.


 

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