Mi alma está triste hasta la muerte

 Jesús fue con sus discípulos a un huerto, llamado Getsemaní, y le dijo: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. (extracto del Evangelio según san Mateo 26, 36-40)


Antes de que prendieran a Jesús por intervención de Judas Iscariote, y después de la Última Cena ocurrió lo que hemos leído en el breve pasaje del Evangelio citado. En pocas horas se iban a suceder una serie de acontecimientos que Jesús ya sabía, y en ese presagio orando a su Padre Dios expresó, sudando sangre, Mi alma está triste hasta la muerte.

Aunque lo supiera, sufría: La negación de Judas, la negación de Pedro, el abandono de sus discípulos. Y se dejó hacer todo, no se le ahorró nada: La flagelación, las espinas y las burlas, la cruz a cuestas, cada clavo en la cruz y su martillazo, la salvación de las almas que tenía cerca, la entrega de su madre para nuestra protección y la expiación completa para darnos la vida eterna.

Con ello y por ello, esa Cruz diaria, la cruz que sufrimos cada día, podemos ofrecerla por amor y gloria de Dios, cooperando nosotros también en la salvación de las almas.

 

Comentarios