Jesús es la Sabiduría de Dios
En el segundo domingo del Tiempo de Navidad, el texto del Evangelio (San Juan 1,1-18) es el siguiente:
"En
el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era
Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no
se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de
los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Hubo
un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio,
para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la
luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el
mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos
no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse
hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de
deseo de hombre, sino que nació de Dios.
Y
la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado
su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad. Juan da testimonio de Él y clama: «Éste era del que yo dije: El que
viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley
fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por
Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno
del Padre, Él lo ha contado."
Presento
el comentario realizado por el Rev. D. Ferran BLASI i Birbe (Barcelona, España),
como homenaje póstumo (+ 1 de noviembre de 2021)
«Y la Palabra se hizo carne, y puso su
morada entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria»
Hoy,
el Evangelio de Juan se nos presenta en una forma poética y parece ofrecernos,
no solamente una introducción, sino también como una síntesis de todos los
elementos presentes en este libro. Tiene un ritmo que lo hace solemne, con
paralelismos, similitudes y repeticiones buscadas, y las grandes ideas trazan
como diversos grandes círculos. El punto culminante de la exposición se
encuentra justo en medio, con una afirmación que encaja perfectamente en este
tiempo de Navidad: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre
nosotros» (Jn 1,14).
Dios
ha querido que su Hijo comparta nuestra vida, y —por eso— que transcurra por
todas las etapas de la existencia: en el seno de la Madre, en el nacimiento y
en su constante crecimiento (recién nacido, niño, adolescente y, por siempre,
Jesús, el Salvador).
Y
continúa: «Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo
único, lleno de gracia y de verdad» (Ibidem). También en estos primeros
momentos, lo han cantado los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo», «y paz en la
tierra» (cf. Lc 2,14). Y, ahora, en el hecho de estar arropado por sus padres:
en los pañales preparados por la Madre, en el amoroso ingenio de su padre
—bueno y mañoso— que le ha preparado un lugar tan acogedor como ha podido, y en
las manifestaciones de afecto de los pastores que van a adorarlo, y le hacen
carantoñas y le llevan regalos.
He
aquí cómo este fragmento del Evangelio nos ofrece la Palabra de Dios —que es
toda su Sabiduría—. De la cual nos hace participar, nos proporciona la Vida en
Dios, en un crecimiento sin límite, y también la Luz que nos hace ver todas las
cosas del mundo en su verdadero valor, desde el punto de vista de Dios, con
“visión sobrenatural”, con afectuosa gratitud hacia quien se ha dado
enteramente a los hombres y mujeres del mundo, desde que apareció en este mundo
como un Niño.
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